El viernes 18 de marzo de 1611, a las 8 de la mañana, queda oficialmente constituido el Convento Dominico de San Pedro Apóstol de Hermigua (Jerez y Hernández, 2011: 41-42; Jerez Sabater, 2008: 91). Sin embargo, como ya se adelantó antes, la expansión de los frailes de La Orden había empezado mucho antes. Así, se tiene constancia de que los dominicos ya estaban asentados en Hermigua desde mediados del siglo XVI, ya sea en 1561 o en 1571 (Hernández Abreu, 2020: 67; Jerez y Hernández, 2011: 41-42). No obstante, no será hasta la fecha anteriormente citada cuando queda legalmente constituido el cenobio.
En 1598, después de que la primitiva y modesta ermita de caña y barro de San Pedro fuese arrasada por una inundación tras la crecida del barranco, los frailes dominicos se convierten en los depositarios de la nueva ermita levantada más lejos del cauce evitando así una nueva inundación (Jerez y Hernández, 2011: 40-42). Hay un elemento que parece evidenciar que el tempo reconstruido se convertiría pocos años después en la primera iglesia conventual. Se trata del bajo relieve que aún se aprecia en la clave de lo que en la actualidad es la Capilla del Rosario (Jerez y Hernández, 2011: 38-39). Se representan, por un lado, las llaves del cielo, en referencia clara al Apóstol San Pedro como guardián del cielo y por otro lado, los números 9 y 8, en clara alusión al año en el que se finaliza la fábrica.
Las reticencias del Convento Franciscano de los Santos Reyes de San Sebastián a buen seguro tuvieron que ver con el retraso de la configuración del convento en Hermigua, sin embargo, esto no evitó que los frailes no solo oficiaran misas en la ermita, sino que realizasen la labor de evangelización y educación que caracteriza a La Orden. Los problemas con la Villa, tampoco ayudaron, pues se debe tener en cuenta que el régimen político de La Gomera, caracterizado por el control absoluto de Los Condes de La Gomera, chocaba frontalmente con el auge económico de una fértil Hermigua que creció gracias los productos de exportación, primero el azúcar y después, el vino y la seda (Álvarez Santos, 2010: 18-23).
Precisamente la fertilidad de la tierra provocó que el incipiente Convento de San Pedro, ayudado probablemente por la labor que ya venían realizando los dominicos en el Valle Alto de Hermigua, comenzase a crecer rápidamente. El listado de bienes que reciben los frailes tras la fundación del cenobio fue tremendamente exiguo (Jerez y Hernández, 2011: 37), sin embargo, muy pronto comenzó a crecer gracias a los tributos y donaciones comenzó a crecer rápidamente a lo largo del siglo XVII y sobre todo en el siglo XVIII. Un molino, un granero, tierras para moreras, huertas e incluso su nombramiento como priorato.
La población de Hermigua, incluso aquella que tuvo que emigrar a América tras las cíclicas crisis que han asolado a Canarias, no solo permitió adquirir obras escultóricas para el templo, sino que permitió que la iglesia conventual creciese y, especialmente, que fuesen recibiendo terrenos aledaños a la zona fundacional para uso de los frailes: huertas, celdas, refectorio, biblioteca y claustro (Jerez y Hernández, 2011: 49). En definitiva, el área conventual no paró de crecer desde su fundación en 1611 hasta que dejó de funcionar en el siglo XIX (Jerez Sabater, 2008: 87-91).